“Desvenezolanizar” la migración: un peligroso trabalenguas
Txomin Las Heras Leizaola
Investigador adscrito del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, investigador de la Bitácora Migratoria y el Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer y Presidente de la asociación Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano.
Un nuevo término como es “desvenezolanizar”, muy apropiado por cierto para jugar con él a modo de trabalenguas, se está convirtiendo en uno de los pivotes de la nueva política migratoria del gobierno nacional de Colombia. La argumentación descansa en que los venezolanos no son los únicos migrantes en el país y que muchas otras nacionalidades han decidido o bien escoger a Colombia para iniciar sus nuevas vidas o bien utilizar el territorio nacional como lugar de paso para ir a otras latitudes del sur y del norte del continente americano.
Igualmente se aduce que millones de colombianos son también migrantes alrededor del mundo.
La “desvenezolanización” de la migración comenzó a ser asomada primero durante la campaña electoral pasada y posteriormente en reuniones privadas, pero ya ha pasado a ser un asunto público desde que las más altas autoridades relacionadas con el tema se han pronunciado al respecto, comenzando por la viceministra de Asuntos Multilaterales, Laura Gil; el director de Migración Colombia, Fernando García y la senadora del Pacto Histórico y presidenta de la Comisión Segunda del Senado, Gloria Flórez. La justificación que arguyen los “desvenezolanizadores” luce en principio loable y descansa en la intención de dar un tratamiento migratorio igualitario a todas las nacionalidades que permita un mayor acceso a derechos para cualquier migrante, sea cual sea su procedencia. Hasta ahí todo bien en la medida que se busca abordar la migración con un enfoque de derechos humanos sin discriminación.
Lo que no se explica desde el gobierno nacional es cómo se puede pasar por alto un fenómeno específico, particular y de las dimensiones de la migración venezolana en Colombia, que no tiene comparación alguna con cualquier otro flujo migratorio en el país. Obviar esta circunstancia puede llevar a errores de diagnóstico y a la puesta en marcha de políticas públicas equívocas, con graves consecuencias económicas y sociales.
La migración venezolana representa alrededor del 85 por ciento, si no más, del total de migrantes en Colombia, por lo que luce difícil, por no decir imposible, afrontar cualquier análisis o adelantar cualquier medida que no tome en cuenta esta realidad que podemos ver día a día con nuestros propios ojos en las calles de pueblos y ciudades, en los colegios, en los centros de salud o en los sitos de trabajo. Encontrarnos con un migrante no venezolano es la excepción y no la regla.
Los voceros del gobierno echan mano a la crisis migratoria del Darién, en la frontera colombo- panameña, para señalar que se han detectado migrantes de más de 90 nacionalidades que están utilizando esa ruta para ir hacia Estados Unidos. Más allá de que una proporción importante de ellos también son venezolanos, la diferencia fundamental de esa migración de tránsito que se dirige a través de América Central en dirección al norte continental es que la venezolana en Colombia tiene una inequívoca vocación de permanencia. Las cifras de la propia Migración Colombia así lo atestiguan: 2.471.437 personas inscritas en el Registro Único de Migrantes Venezolanos (RUMV); 2.351.351 con la encuesta de socio caracterización finalizada; 1.963.864 con el registro biométrico realizado y 1.632.817 Permisos por Protección Temporal (PPT) aprobados. Se trata de cifras millonarias que contrastan con las mucho más modestas y no por eso menos preocupantes de quienes emprenden el viaje por el Darién y que requieren por sus características una atención diferenciada y especial.
La encuesta sobre migración realizada para la Universidad del Rosario y la Fundación Konrad Adenauer por Cifras y Conceptos a finales de 2022 confirma claramente que la migración venezolana arribó para quedarse: un 65 % llegó hace más de 3 años y un 62 % piensa vivir definitivamente en Colombia, a lo que habría que agregar un 27 % que lo haría por un tiempo.
Se trata de números incontestables que denotan el verdadero peso que la migración venezolana tiene y la futilidad de las narrativas que intentan equipararla con otros flujos migratorios de indudable menor cuantía. Solo los extremos cuidados que el gobierno de Gustavo Petro estaría pensando en adoptar para proteger las recién reanudadas relaciones con Venezuela y no enfadar al gobierno del vecino país, que siempre ha mantenido una actitud negacionista respecto a la migración de sus connacionales, podrían explicar tanta insistencia en “desvenezolanizar” la migración en Colombia.
Por lo pronto, compartimos el trabalenguas que nos evoca ese enrevesado vocablo: la migración en Colombia la quieren desvenezolanizar, quién la desvenezolanizará, el desvenezolanizador que la desvenezolanice buen desvenezolanizador será.
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